lunes, 24 de junio de 2019

Viajes recientes. Jardines Tropicales de Monte Palace en Funchal, Madeira.

 

Vista del lago central y la casa de Quinta Monte Palace.

Acabo de regresar de un corto viaje a la isla de Madeira y vengo impresionado de la belleza de sus jardines y de su naturaleza. No hay duda de que esta isla tiene uno de los climas más benignos para el crecimiento natural de un numerosísimo grupo de especies de plantas que lo mismo incluye las de clima tropical o semidesértico que las de los bosques húmedos atlánticos o los del hemisferio Sur: especies procedentes de Sudáfrica, Nueva Zelanda, Japón o Portugal crecen con la misma naturalidad que las de la selvas tropicales o los desiertos de América. La temperatura casi constante en torno a los 23º, la alta humedad y pluviometría y un suelo volcánico poroso y extremadamente fértil, hacen de esta isla una especie de paraíso para las especies botánicas de todo tipo. Si a esto añadimos una cierta tradición británica por la jardinería, traída por los empresarios ingleses que  controlaron el mercado y cultivo  del vino de Madeira y el de Oporto (mercado que aún dominan en la actualidad, ya que son sus principales consumidores) esto conlleva a que en esta isla se puedan contemplar un puñado de jardines realmente magníficos.
 



Templete oriental.
 
El que hoy os muestro en esta entrada, el “Jardín Tropical de Monte Palace” fue construido por el empresario originario de esta isla José Berardo, aún hoy en día uno de los hombres más ricos de Portugal. Este hombre que, empezando de la nada construyó un gigantesco mundo empresarial que abarca empresas muy diferentes por todo el mundo, es además uno de los mayores coleccionistas privados de arte y antigüedades de Portugal (gran parte de su colección de arte se expone en el Centro Cultural Belem en Lisboa). Berardo adquirió en los años ochenta una Quinta en los alrededores de Funchal con el fin de construir un museo-jardín en el que exponer su admiración por la relación comercial y social de los portugueses con los países orientales. Poco después de terminar la construcción de sus jardines, en 1983 lo convirtió en una fundación quien finalmente abrió los jardines al público en 1991.

 
Estatura en una gruta.
 
La verdad es que visitar este jardín tan sumamente ecléctico es sumergirse en un mundo de excesos, en un sueño casi onírico. Todo parece irreal y a la vez está allí. Los jardines, de indudable aspecto oriental, son una extraña mezcla de arquitectura, antigüedades y plantas combinadas en un espacio aterrazado, con el mar al fondo. Hay demasiado de todo y a veces las cosas no combinan demasiado bien, pero quizás el paso del tiempo y el clima lluvioso de la isla va convirtiendo, lo que es un jardín relativamente nuevo, en un espacio atemporal y magnífico, con ese lustre que el tiempo va dando a los objetos y a las plantas que han pasado y vivido mucho. Es un jardín para visitar temprano, antes de que se llene de gente y dejarte transportar a lugares y paisajes que parecen haber salido de un sueño. Escuchar el sonido del agua que fluye por todas partes, contemplar como los helechos y el musgo parece crecer a simple vista. Mirar las lentas evoluciones de los peces en los estanques, los destellos de color. Sin duda este no es un jardín de libro ni de estilos de jardinería. Es un jardín difícil de describir, también. Un jardín diferente y casi único, en uno de los emplazamientos más hermosos que uno pueda contemplar.  Hay también varios museos en el interior (yo solo visité uno), una extraordinaria colección de azulejos de los siglos XVI al XVIII, esculturas de todos los siglos y estilos, antigüedades de varios países y muchas cosas más. En cuanto a la vegetación, destacar los helechos arbóreos, azaleas, proteáceas, una de las mejores colecciones de cícadas del mundo, numerosas especies de begonias, etc. Espero que estas fotos os transmitan un poco de este jardín.

 
Edificio de entrada al jardín en la parte más alta de la finca, con olivo y begonias. Las fotos siguen la ruta de visita hacia la parte baja.
 
Los paneles de azulejos cuentan la historia de Portugal.
 
Primer jardín oriental en una parte más sombría y con vegetación tropical.
 
Cascada con diosecillo. La mezcla de escultural europeas y orientales es una constante en todo el jardín.
 
Grandes vasijas y helechos escoltan el camino.
 
Fuente italiana cubierta de musgo.
 
Puerta y esculturas orientales.
 
Un rincón del jardín oriental.
 
 
 
 
Puentes y balaustradas en rojo de clara inspiración japonesa.
 
Una de las muchas fuentes de escultura europea en el jardín oriental.
 
Linternas japonesas.
 

Paneles de azulejos antiguos bordeando un estanque.


Detalles de los paneles portugueses de época Manuelina.

Diosecillos en medio de helechos.

El lago central es una corografía de fuentes, esculturas y grutas de diferente inspiración. Es como un escenario para un ópera.


Cascadas y esculturas en el lago central.

Casita de los cisnes y helechos arbóreos en el lago central.



La vivienda del jardín.

Banco y escultura italiana al lado de la casa.


Terrazas y camino con Agapantos y Begonias.

El segundo jardín oriental, debajo de la casa, las terrazas son más amplias, con más luz y plantas de flor.

 

Mirador japonés. Al fondo se puede ver la ciudad de Funchal y el mar.
 
Segundo jardín oriental con escenografía de estanques y peces.


El gusto oriental de este segundo jardín es más abigarrado y exuberante.

Terrazas cubiertas de Begonias y Orquídeas.




Escultura antigua portuguesa en una de las terrazas.


Fuente portuguesa del XVI.

Jardín de cícadas.

Otro estanque de peces.

Fuentes en cascada. En el jardín el agua corre por todas partes.

Los Agapantos creciendo entre los Helechos arbóreos son un contraste espectacular.

Otra colorida puerta oriental y escultura moderna.


Decenas de senderos y escaleras como esta te permiten salvar la pendiente del jardín.




Hay varios museos dentro del jardín. En uno de ellos se puede ver una abigarrada colección de esculturas africanas modernas. No tuve tiempo para visitar los demás.






Vista del entorno del barrio de Monte en el exterior del jardín.
 

viernes, 14 de junio de 2019

Viajes recientes. Grandes templos del Sur de la India.


Atardecer en uno de los patios del templo Navagraha en Kumbakonam.
 
A principios de los años 90 hice mi primer viaje a la India. Durante dos agotadores meses viajé por el norte y centro de la India y terminé tan exhausto y hastiado de la  pobreza, miseria, corrupción, suciedad y de un clima tan extremo, que me prometí a mí mismo no volver a poner los pies nunca más en ese país. Aquello se caía a pedazos y no tenía remedio. Miles de personas famélicas invadían las calles de las grandes ciudades y a nadie parecía importarle. La miseria más absoluta y la belleza de los grandes templos y edificios del pasado convivían una al lado de la otra en medio de la mugre y la inanición. La división entre las diferentes castas era tan irreconciliable como obscena. Ni siquiera la etérea hermosura del Taj Majal logró conmoverme. Era un país condenado al olvido y a la autodestrucción.
 
En 2016 regresé de nuevo a la India, casi 30 años después y, ciertamente, las cosas habían cambiado y conseguí, hasta cierto punto, ver el país con nuevos ojos. O al menos lo intenté.
Mujeres en la playa cerca de los templos de Mahabalipuram.



Estatua de Shiva en un templo.
Mi primera impresión es que aquella India famélica y exhausta forma parte ya del pasado. Los datos son abrumadores: la India es hoy  la mayor democracia del planeta con 1.250 millones de habitantes y su índice de pobreza se ha reducido significativamente, alrededor del 28%, después de 20 años de crecimiento constante. En apenas 4 años será la cuarta economía más grande del mundo y es probable que llegue al segundo puesto en 2050, detrás de China. Su economía de servicios es la más pujante del planeta y crece a pasos agigantados la educación de su población joven (el porcentaje de 1-18 años supera a la población total de Estados Unidos).  No todo son datos positivos. El problema entre las castas, aunque atenuado, aún perdura y lastra enormemente su desarrollo. Durante el viaje leí noticias en los periódicos, casi a diario, sobre la discriminación contra las mujeres o la casta de los “intocables”. Las fricciones con la población islámica y otras religiones en minoría son también constantes, pero al menos aparecen en la prensa y se denuncian. La corrupción aún es uno de sus mayores problemas pero se ha atenuado entre los funcionarios de las empresas del estado (basta sacar un billete de tren para comprobar la diferencia). Sigue habiendo mucha pobreza pero no miseria (al menos en el sur no la he visto), y la comida es abundante y bastante asequible en los mercados. La gente sonríe ante la cámara y, en su gran mayoría, van vestidos con dignidad. Creo que eso es bastante evidente es estas fotos que os muestro.


Mi viaje comienza en la enorme ciudad de Chennai (6 millones de habitantes), en el Este, y sigue la ruta de los grandes templos hacia la punta Sur de la India continuando luego por la costa Oeste hasta Cochin. Ciertamente el Sur de la India está algo más desarrollado que el Centro y Norte. Además, la influencia de la religión y cultura Cristiana (por la colonización Portuguesa y Europea), sobre todo en Kerala y parte de Tamil Nadú, es bastante evidente, lo que influye en la educación y el desarrollo económico de sus habitantes. Los grandes templos Hindúes del sur de la India siguen formando parte de la vida diaria de los habitantes de estas zonas. La gente los visita casi a diario y en ellos descansa, charlan, comen, rezan, dormitan e incluso hacen negocios. (Una función similar tuvieron las grandes catedrales góticas en Europa hace siglos). Mi interés era fotografiar la vida en torno a los templos y, a ser posible en su interior, más que en destacar su valor arquitectónico o artístico. La India es un país de colores, eso es más que evidente. El color lo inunda todo y de alguna manera es como un antídoto contra la parte más desagradable y mezquina de la existencia. Un hombre puede llevar un “lungui” (tela en forma de falda) amarilla y una camisa de color rosa y caminar con absoluta dignidad y decoro. En pocos países se utiliza el color con tanta maestría y abandono. El color impregna a la India de una belleza difícil de esquivar y que al final termina atrapándote. Espero que estas fotos os den una idea de la India actual y os animen a visitarla algún día.

Templos tallados en las rocas en Mamallapuran. La mayoría se construyeron entre el siglo VII y VIII.

Los templos de Mamallapuran son de roca maciza, y se tallaron comenzando desde arriba. Son Patrimonio de la Humanidad.

Puestos de fruta en la entrada a los templos de Kumbakonam.

Vendiendo ofrendas de flores para los templos.

Imágenes de piedra policromada características de algunos templos del su de la India.

Entrada a los templos Chola de Thanjavur (s. XI y XII).

Los templos de Thajavur, construidos durante el reinado de la dinastía Chola, son realmente impresionantes. También forman parte del Patrimonio de la Humanidad.

Mujeres descansando en uno de los recintos del templo.

Interior decorado con Lingams y frescos.

Estudiantes hacen fila para visitar uno de los templos.

Muchachos saliendo de uno de los templos.

Es común encontrar escolares en todas las visitas a la India. La educación primaria alcanza ya casi al 95% de la población infantil.
Escenas de calle en el en torno de los templos.




Los puestos de fruta en la calle y las bicicletas son todavía la  imagen más amable de este país. 



La ciudad de Tiruchirappalli, una de las más importantes del Sur de la India, con las torres en forma de pirámide de su gigantesco templo. Esta considerado como el edificio religioso más grande del mundo en activo.



Calle en una de las entradas al Templo Sri Ranganathaswamy.
 
El interior de este templo consta de decenas de patios,  torres (gopuram), salones de oración y de descanso, lugares sagrados, capillas, etc. Es una auténtica ciudad dentro de otra.

Las salas de oración y descanso están construidas con gigantescas columnas de piedra y techos planos. En su interior la gente dormita, come y hace todo tipo de actividades.
 
Interminables pasillos comunican unas estancias con otras.





Algunas de las torres de este templo (funcionan como entradas o para resguardar un lugar sagrado) alcanzan los 70 metros de altura.




Las torres aparecen decoradas con miles de imágenes policromadas y muestran diferentes aspectos  de la religión y la historia de la civilización Hinduista.




Las calles alrededor del templo son un hervidero de actividad.
 

 
La presencia de las vacas sagradas en la calle ya no es tan masiva como hace años. 
 
 
 



Templo de la roca, también en esta ciudad.






Torre de entrada al templo de Meenakshi Amman en Madurai, uno de los templos más deslumbrantes de la India.


El templo está decorado con más de 60.000 imágenes de un barroquismo espectacular.


Mercado en los alrededores del templo.



Interior del mercado con una construcción y decoración similar a la del templo.



Puestos en el mercado. Madurai.






Imágenes de Madurai.



Mujeres visitando el Palacio real de Madurai.



Interior del Palacio Thirumalai Nayak en Madurai.



Otra estancia del mismo palacio.