Interior de una mina en Cerro Rico. Un muchacho hace una ofrenda a "El Tío", el dios inca del inframundo al que los mineros bolivianos han venerado siempre. |
Pocos lugares hay más
significativos para mostrar la opulencia y la decadencia del Imperio español
que la ciudad de Potosí en Bolivia y su famoso Cerro de la Plata. Cuando yo la
visité a principios de los 90, la ciudad más poblada y lujosa de aquel imperio
donde “nunca se ponía el sol”, en tiempos del rey Carlos I de España y V de
Alemania, como nos enseñaron, era poco más que un cascarón olvidado de antiguas
glorias. Edificios coloniales momificados a la espera de una mano de pintura y
un pueblo empobrecido que aún hurgaba en las entrañas del horadado Cerro Rico,
o en sus escombreras, en busca de unos míseros restos de plata o estaño con el
que sobrevivir. Han pasado 30 años desde aquella visita y, por lo que he leído,
la ciudad se ha recuperado un poco de la eterna decadencia en la que la sumió
el agotamiento de sus vetas de plata o el derrumbe del precio del estaño tras
la segunda Guerra Mundial, en parte gracias al turismo y a la explotación de minerales nuevos como el
litio, recuperados de las antiguas escombreras de época colonial.
El "Cerro Rico" desde el campanario de una de las iglesias de Potosí |
Aquél dicho antiguo, ya utilizado por Cervantes de “vale un potosí” para nombrar algo de un valor incalculable es absolutamente cierto en todo lo que se refiere a esta ciudad y a su famoso “Cerro Rico”. Los datos históricos son apabullantes y pocas ciudades coloniales han creado una cantidad tan enorme de documentos históricos y datos. Todo se ha contado y fiscalizado. Desde su asombroso crecimiento poblacional, en apenas unas decenas de años “En 1547 a los 18 meses de la fundación ya contaba con 2500 viviendas para 14 000 habitantes, alcanzando los 150 000 habitantes en 1611 y los 160 000 en 1650, siendo la sexta ciudad más grande del mundo, por encima de Londres, París o Sevilla”, hasta su lujosa y desenfrenada vida diaria, “En 1579 ya había en Potosí ochocientos tahúres profesionales y ciento veinte prostitutas célebres, a cuyos resplandecientes salones concurrían los mineros ricos. En 1608 se festejaba las fiestas del Santísimo Sacramento con seis días de comedias y seis noches de máscaras, ocho días de toros y tres de saraos, dos de torneos y otros de fiesta. De plata eran los altares de las 36 iglesias y las alas de los querubines en las procesiones. En las casas de los mineros más potentados circulaban todo tipo de perfumes, joyas, porcelanas y objetos suntuosos. Había salones de bailes, teatros y tablados para las fiestas que lucían riquísimos tapices, cortinajes, blasones y obras de orfebrería. De los balcones de las casas colgaban damascos coloridos y lamas de oro y plata”.
En su Casa de la Moneda, -construida en 1572, y ampliada
posteriormente en 1759 con el resultado de ser el mayor edificio construido en
esa época en América, con casi 18 mil metros cuadrados de superficie-, una
gigantesca maquinaria de ruedas movidas por animales y personas acuñaba sin
cesar las montañas de monedas que, trasportadas por caravanas de galeones,
llegaban a Sevilla y hacían subir la bolsa de Amberes, (ampliada en 1531),
donde al final terminaría gran parte de ese dinero. Esa hiperinflación de
dinero acuñado cambiará la historia de los países del centro de Europa y
empobrecerá al nuestro en los siglos que siguieron. Otro dato significativo del
Museo de esta Casa de la Moneda dice: “El Tesoro de Potosí pasó un balance al
Rey de España por el que resultaba que el
producto de las minas de plata desde 1545 hasta 1573 había
sido de 820 millones 513 mil y 893 duros, cantidad mayor a la que se calculaba
que era el caudal metálico circulante en todos los Estados europeos”. Gran
parte del éxito de la ciudad se debió a la explotación infrahumana de miles de
indígenas sometidos a la mita, un régimen de semi-esclavitad que los explotaba
hasta la extenuación, aunque también hubo numerosos jornaleros que trabajaban
por un salario mísero. Cuando los indígenas escasearon se trajeron varios miles
de esclavos de África, a pesar de que las leyes lo prohibían.
Maquina de extracción del mineral de plata. |
Potosí siguió yendo a menos en los siglos posteriores, según se agotaban las interminables venas de plata. A principios del XIX, ya después de la independencia, la ciudad revivió de nuevo durante un tiempo, gracias a la extracción de estaño que los españoles habían despreciado. La caída de este mineral tras la segunda guerra mundial, dio el golpe de gracia definitivo a una de las más tempranas urbes de américa, a la que los españoles debemos mucho.
En el 92, cuando yo la visité, el turismo comenzaba a despegar muy lentamente. Bolivia nunca ha sido un gran destino turístico a pesar de que conserva una de las culturas indígenas más vivas de américa latina. La falta de salida al mar, que Bolivia perdió en la Guerra del Chaco en 1884, la ha condenado a ser un estado interior, atado de pies y manos. Un país con un bajo crecimiento económico y un alto índice de pobreza a pesar de sus numerosos y abundantes recursos minerales y gasísticos. Las cosas han empezado a ir un poco mejor en los últimos quince años, y esperemos que sigan mejorando en los próximos, ya que su sufrido pueblo sin duda lo merece. Aquí os dejo unas fotos de aquella visita, ya lejana en el tiempo. Como veréis por las fotos, en las míseras minas aún trabajaban numerosos niños. Hoy las cosas ya no son así y el trabajo infantil está prohibido y es probable que el nivel de vida haya mejorado bastante al que yo vi entonces.
La ciudad de Potosí fue creada según el modelo español para todas las ciudades coloniales con estructura en forma de parrilla. |
Una de las numerosas iglesias de la ciudad. |
Preciosa decoración en la portada de una de las iglesias donde se nota la influencia nativa. |
Una calle de la ciudad con el Cerro Rico al fondo. |
Escenas de mercado. Mujer indígena con el niño a la espalda. |
Los hombres con sus coloridos bártulos y telas. |
Casi todo el mundo lleva el traje nativo con sus típicos gorros. |
Mercado en torno a la plaza de la iglesia. |
Una de las entradas a la Casa de la Moneda en la actualidad (foto tomada de Internet). |
Esta Casa ocupa varios patios y numerosas edificaciones. |
Maquinaria de madera utilizada en la acuñación de monedas. |
Monumento al minero. |
Voy a visitar una mina y, el único requisito, es comprar varios cartuchos de pólvora y una bolsa de hojas de coca para regalar a los mineros. |
Mercando una bolsa de hojas de coca que los mineros mastican sin cesar para aliviar los dolores y mejorar la respiración. |
El valle minero de Cerro Rico. |
A la entrada de la mina. Un simple agujero en la pared de roca. Los mineros mascan hojas de coca hasta formar bolas que colocan en uno de los lados de la boca durante bastante tiempo. |
Niños mineros preparan los candiles de esquisto para entrar en el interior. |
Yo con el hijo de uno de los mineros preparado para entrar en la mina. |
El interior apenas ha cambiado nada desde hace siglos y las minas son extremadamente rudimentarias, así como las condiciones de trabajo. Muchas las explotan los mismos mineros en cooperativas. |
Quizás fueron las ofrendas al Tío lo que nos permitió salir de allí, extenuados, eso si, pero sin grandes contratiempos. |
Es un lujo poder ver todo lo que nos muestras de ese magnífico viaje. Impresiona ver el trabajo que realizan en las minas y me ha gustado mucho ver esas decoraciones nativas en las iglesias ¡y lo guapo que eres, caray!
ResponderEliminarMuchos besos.
Gracias por el comentario, Montse y también por el piropo (aunque no creo que lo merezca para nada).
ResponderEliminarUn abrazo
Hiciste unos preciosos viajes y esté parece especial, me encantó verlo. Las iglesias son una maravilla. Besos.
ResponderEliminarGracias Teresa, Los edificios coloniales de casi todo Sudamérica son preciosos.
EliminarUn abrazo
Otro bello viaje Jose, aunque data del 92 aún se aprecia bastante dejadez por el gobierno y formas de vivir todavía muy arcaicas. El viaje tuvo que resultar precioso y de una gran experiencia.
ResponderEliminarUn abrazo y buena semana.
En el 92, Bolivia era uno de los países más pobres de Sudamérica y en muchas partes vivían casi igual que en la época colonial. Hoy las cosas han mejorado bastante, al menos en las ciudades.
EliminarUn abrazo