La ciudad de "Ouro preto" al amanecer, el día que llegué. |
Llegué a “Ouro preto” al
amanecer, después de un largo viaje nocturno en autobús desde Rio de Janeiro. La
vista de aquella ciudad extendiéndose entre las colinas y bañada de una luz
dorada me dejó perplejo. Parecía haberme trasladado en el tiempo a otra época y
otro lugar, muy lejos del Brasil actual. Era como si no hubiera salido de casa,
o estuviera en otro país. Nada te prepara para la belleza de estas ciudades
coloniales tan lejos de su lugar de origen, en medio del trópico. Las torres de
las iglesias se alzan sobre las colinas y justo en ese momento suenan las
campanas que llaman a los fieles a la primera misa. Parece un sueño. El sueño
de miles de portugueses emigrados de la lejana Portugal construyendo una imagen
del país que dejaron atrás a cinco mil kilómetros de distancia hace trescientos
años.
El autobús me deja delante de esta iglesia iluminada por el sol temprano. (Iglesia de San Francisco de Asís) |
Pasé una semana caminando por sus
calles de piedra, visitando iglesias con retablos cubiertos de oro, comiendo
en bares de estudiantes universitarios y contemplando la pequeña ciudad desde
el corredor de madera de la pensión donde me alojo. Tuve la sensación de no
haber salido de España, de volver atrás a mis años de estudiante. Este no puede
ser el Brasil real, pensaba yo, el de las grandes ciudades, las selvas, las
fiestas de Carnaval y todo eso que, desde afuera, uno asocia con este país. Pero
si lo era. Brasil tiene ciudades y pueblos coloniales muy similares a los que
los españoles construimos por todo Sudamérica, solo que rara vez están en los
planes de viaje de los turistas españoles y muy pocos los visitan. Podía haberme
quedado a vivir allí durante meses. En pocos sitios me he encontrado tan a gusto
como en esta pequeña ciudad perdida en un tiempo que ya no existe.
La pensión donde me alojo tiene mucho carácter también. Vista de la ciudad desde la habitación. |
Durante el siglo XVII Portugal
necesitaba con urgencia encontrar oro y plata con el que financiar su gran imperio de ultramar. La
corona portuguesa decidió subvencionar a grupos de “bandeirantes” para que se
introdujeran en el interior del enorme país en busca de metales, piedras
preciosas y esclavos. No fue hasta finales de ese siglo cuando se encontraron
los primeros indicios de oro en una zona no muy lejos de Rio de Janeiro a la
que después llamarían Minas Gerais. En poco tiempo la fiebre del oro se
extendió como la pólvora. En las colinas de Ouro Preto se montaron decenas de campamentos de mineros
que abrían agujeros en la tierra y en poco tiempo se formó una ciudad que en
principio se llamó Vila Rica, por su abundancia en oro. En 20 años 400 mil
portugueses y otros tantos esclavos habían invadido las ricas tierras de este
municipio y la ciudad de Ouro Preto alcanzó los 40 mil habitantes en 1720. Fue la
ciudad más poblada de América en esa fecha. Con la riqueza llegaron artistas y
constructores de otras partes del país. Se construyeron una docena de
extraordinarias iglesias barrocas, con altares y retablos cubiertos de oro y
pinturas, además de un buen número de palacios y edificios públicos. Los
mejores arquitectos y artistas del momento trabajaron durante años en esta
ciudad, entre ellos el escultor y maestro de obras Antônio Francisco Lisboa,
conocido como Aleijadinho, y el pintor Manoel da Costa Athaíde. En 1723 fue nombrada
Ciudad Imperial y capital del estado. Se calcula que 1200 toneladas de oro se
trasladaron a Portugal y otras tantas circularon por la colonia. Hacia 1890 el
oro se había agotado y la actividad económica se había trasladado a otras
partes del país. La ciudad de Ouro Preto entro en decadencia, pero consiguió
mantener en pie gran parte de sus edificios e infraestructuras gracias a la
actividad universitaria, sobre todo de su famosa Escuela de Minas o de su Escuela
de Farmacia. En 1980 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y
hoy en día dormita, apenas alterada por los pasos de los estudiantes y de
algunos turistas que se acercan a contemplar sus magníficas iglesias barrocas.
Vista del centro de la ciudad con el Palacio del Gobierno y la Basílica de Nuestra Señora de la Concepción. |
Las calles son extremadamente empinadas. |
Plaza del Gobierno. |
Calles empedradas y casas con tejas portuguesas. Difícil no ver una iglesias en todas las fotos. |
La artesanía de la piedra es una actividad importante en la ciudad actual. |
Fuente barroca. Hay varias en diferentes partes de la ciudad |
Interior de la Basílica de Nossa Senhora do Pilar. |
Fresco en la Iglesia de San Francisco de Asís. |
Interior de la iglesia Nossa Senhora do Carmo. |
Iglesia de San Francisco de Paula. |
Contemplando la ciudad desde un mirador |
La ciudad está extremadamente bien conservada y cuidada con mimo. |
Mirando estas vistas difícil creer que uno esta en Brasil y no en Portugal.
Visitando una mina de oro. |
Vista nocturna de la plaza central. |