miércoles, 29 de noviembre de 2023

Templos y jardines de Kioto. Eikando y Ten juan.

 


Jardín de arena bordeando el hall principal del templo de Ten juan. La arena simboliza el mar y las islas de musgo son diminutas representaciones del paraíso.

La lista de templos y jardines que uno puede y debe visitar en Kioto es interminable y algunos turistas se ponen  muy nerviosos ante la posibilidad de visitar tan solo una pequeña fracción de ellos y de perderse algo importante. Lo cierto es que ni siquiera el Ayuntamiento de Kioto se pone de acuerdo en el número de templos y ermitas que existen en la ciudad y mencionan que hay aproximadamente unos 1.700 templos budistas y otros 800 sintoístas. Está claro que la religión es un tema muy complejo en Japón, ya que además existen numerosas sectas tanto dentro de la religión budista  como de la sintoísta. Ambas religiones tiene creencias diferentes ya que el sintoísmo, la antigua religión originaria del Japón, basa sus rituales y creencias en la comunicación con los kami o espíritus, a los que identifica con fuerzas de la naturaleza, los antepasados y algunos dioses. No tiene ni deidad suprema, ni libros sagrados ni fundador y se considera una religión básicamente animista. La llegada del budismo en el siglo VI trajo nuevas formas de pensar que influyeron profundamente en el sintoísmo. Hoy en día, aunque la mitad de los japoneses se consideran budistas y la otra mitad sintoístas lo cierto es que son muy pragmáticos y acuden por igual a templos y ermitas de ambas religiones sin ningún problema.

 


Hall en el templo Eikando decorado con banderolas.



Estanque en el templo de Eikando. Aquí las hojas de los arces ya visten colores de otoño

Un hecho importante a tener en cuenta es que si bien el origen de muchos de los templos que se pueden visitar en Tokio y alrededores se remonta a los siglos 8 y 9, casi todos han sufrido destrucciones a lo largo de los siglos, debido a guerras, terremotos o incendios. En la mayor parte de los casos se han reconstruido de nuevo, siguiendo el modelo original en madera y, a menudo, con la misma apariencia, lo cual hace muy difícil diferenciar la antigüedad o el estilo de cada uno de los templos, ya que las variaciones son mínimas. Lo mismo ocurre con los jardines, puesto que los estilos están definidos por reglas muy estrictas. Esto hace que, al final, los edificios se parezcan mucho los unos a los otros y llegue un momento en que tienes la sensación de que ya lo has visto todo, y sientas cierto hartazgo. Si comparamos con la arquitectura occidental donde cada siglo produce estilos muy diferenciados los unos de los otros, esto en Japón es mucho más difícil de distinguir. Sí, hay ciertas variaciones relacionadas con las diferentes familias imperiales y movimientos culturales a lo largo de la historia, pero al ojo occidental le resultan muy difícil de distinguir.

 


Las preciosas hojas rojas de los arces son un símbolo del paso de las estaciones y la finita fragilidad de la vida

Hoy visito los templos de Eikando y Tenjuan, ambos en la ladera este, no muy lejos del centro de Tokio. Los dos tienen hermosos jardines con estanques bordeados de arces. Ambos son un poco la quintaesencia del jardín japonés. Eikando tiene sus orígenes el  año 853 y fue construido por un monje para la práctica del budismo Shingon, convirtiéndose más tarde en centro de la poderosa secta Jodo. Muchos de sus edificios fueron destruidos durante los disturbios del final del periodo Muromachi (siglos XV y parte del XVI) y reconstruidos de nuevo. Es un templo extenso con numerosos edificios de madera oscura conectados entre sí por corredores, entre una vegetación exuberante. Tiene un gran estanque en la parte frontal y varias imponentes puertas de entrada. En cuanto a Tenjuan, es un templo menor que tuvo su origen como villa de recreo para el emperador retirado Kameyama,  quien a su muerte legó la villa a un sacerdote del templo Tofukuji para su conversión en templo zen. Es un lugar de una gran belleza y delicadeza. De pequeñas dimensiones, consta de un hall rodeado de jardines, uno de ellos de arena, y una villa sobre un estanque con una vegetación exquisita. El edificio parece flotar sobre el agua y los nenúfares, como un barco encantado. Espero que os gusten estas fotos y no os haya aburrido con tantas explicaciones.



Llegando al templo de Eikando.




Jardines interiores en Eikando.




Jardín de arena rodeado de musgo.


Jardín de musgo con rocas y arces.


Vista del bosque que rodea los diferentes edificios en la ladera de la montaña.


Los edificios de Eikando aparecen ocultos entre los árboles y el espeso bosque que lo rodea, añadiendo a su misticismo.




Una de las puertas de entrada.



En Japón no se puede fotografiar las estatuas sagradas en el interior de los templos, pero si las que están afuera.





Las linternas de piedra que escoltan los edificios y jardines si son características de diferentes estilos y épocas históricas.


Casi todos los estanques tiene una o varias pequeñas islas que rememoran el paraíso o islas de los Bienaventurados.



Al fondo, en la ladera, una pequeña pagoda.


Un pequeño riachuelo recorre el jardín. 


Edificios del templo de Eikando.


Salida del templo de Eikando.


Jardín de arena en el templo de Ten juan con su plataforma para la contemplación..




Villa en el templo de Ten juan, situada en una pequeña colina sobre el estanque.




Estanque en Ten juan.


Pasadizos sobre ele estanque de Ten juan.









jueves, 23 de noviembre de 2023

“Momiji” en el jardín de la Barrosa.

 


Arces y otros arbustos en el macizo central de la Barrosa


Como muchos sabréis el “momiji” es esa celebración que hacen los japoneses del cambio de coloración de las hojas de los árboles en otoño y que, si bien en nuestro país aún no ha calado todavía, sí empieza a ser un reclamo turístico en algunas regiones, y Asturias puede ser uno de los lugares más hermosos para realizar esa actividad recreativa. En la cultura japonesa el momiji es una ocasión para disfrutar de la belleza efímera de la naturaleza y para reflexionar sobre la transitoriedad de la vida. La palabra momiji también está relacionada con un árbol en concreto: el arce japonés que convive en los bosques con otros árboles mucho más poderosos, como los cedros o el pino negro, pero solo este árbol, mucho más humilde, nos regala con esa maravillosa sinfonía de colores dorados y rojos antes de que sus hojas caigan al suelo.

 


Acer palmatum "Osakazuki" hojas grandes y una de las coloraciones rojas más intensas.


Acer palmatum "Sango Kaku" y "redwine"

Durante la época del “momiji” los japoneses inundan los parques y los jardines de los templos y salen a pasear por los senderos de los bosques o reman en barcas a lo largo de los ríos en cuyas laderas crecen los arces. En estos días me he cruzado con cientos de miles de escolares visitando con sus profesores parques y jardines y haciendo picnics bajo los árboles. Sin duda una costumbre muy saludable y que refuerza la cercana relación que los japoneses tiene con la naturaleza, a pesar de vivir en ciudades grandes ciudades, y que ha formado parte de su tradición cultural y religiosa desde casi sus orígenes. Grandes árboles y piedras han sido sagrados en Japón desde hace milenios, ya que creen que en ellos moran los dioses además de las almas de sus antepasados.

 


Los rosales han vuelto a florecer con la lluvia. Rosal arbustivo "Knock out".




Hojas de Acer palmatum Umo Yama.


Hojas de Acer Palmatum "Seiriyu", una preciosidad que cambia del naranja al granate en una semana
.

En el jardín de la Barrosa casi se puede contemplar estos días un “momiji” en miniatura gracias a la decena de arces japoneses que he ido plantando a lo largo de estos años. No es un árbol fácil de cultivar ya que no soporta las temperaturas muy extremas tanto de calor como de frío y es propenso a coger enfermedades pero con un poco de paciencia termina adaptándose bastante bien al clima del norte del país y sin duda merecen la pena, por sus cambio de color no solo en otoño sino también en primavera. Además es un árbol que se puede germinar relativamente bien de semilla y aunque no salen exactamente igual que al árbol original si muestran una coloración otoñal igual de hermosa. Es lo que llevo haciendo todos estos años y regalando alevines a algunos amigos.

 


Esta Hebe ha vuelto a florecer.

Los arces en otoño iluminan el jardín de la Barrosa de unos colores poco comunes en el bosque de los alrededores pero al mismo tiempo son un complemento al amarillo dorado que es el color más común de muchos de los árboles del entorno en estas fechas. Aquí os dejo unas fotos de estos días.

 


 Hojas acer palmatum "Umo Yama" al inicio del cambio. Abajo e mitad de camino. Suelen acabar de un color purpura intenso.



Arces y Salvia Amistad.


Cornus controversa variegata y Gingko bilowa.



Los arbustos de Viburno también tiene una coloración muy hermosa.



Acer Palmatum Seiriyu. Al fondo Parrotia persica.



Acer palamtum Sango Kaku y Bloodgood.


Sango Kaku unos días más tarde.




Varios arces de la Barrosa al atardecer.


Flores de Cridsantemo y Arce .


Hojas de Gingko Bilowa en uno de los parterres circulares.


Arces después de la lluvia.


La ultima adquisición Acer palmatum Ki Hachijo" y al fondo Parrotia pérsica.



Acer palmatum Uno Yama y Parrotia pérsica.



Arce y Salvia Amistad que aún dará flores hasta las primeras heladas.



Hebe andersonii.


Liquidambar styraciflua, otro árbol con una magnífica coloración en otoño


Las hojas del  Cornus florida también tienen un excelente coloración otoñal.