lunes, 25 de enero de 2021

Arquitectura de indianos en el pueblo de Somao, Asturias.

 


La Casona, construida por Gabino Alvarez Menéndez hacia 1909. Hizo negocios en Caribien, Cuba.


En la costa asturiana es frecuente encontrar, en pueblos diminutos, llamativas casas y palacios de una gran riqueza constructiva y de un sorprendente lujo que contrastan con el ambiente rural y agrícola del entorno. Son las llamadas “casas de indianos” construidas, a menudo en su pueblo de origen, por emigrantes retornados que hicieron fortuna en las “américas”.

 


Panteón de estilo modernista construido en la misma finca.

La emigración a américa de los asturianos se produjo principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX y parte del XX. Coincidió con un aumento importante de la población ya a partir del siglo XVIII y con crisis agrícolas y hambrunas causadas por la escasez de tierras, una agricultura atrasada y casi de subsistencia, además de fenómenos meteorológicos adversos que sumían a numerosos campesinos en la pobreza. Algo así sucedió entre 1851-54, los llamados “años del hambre”, cuando las cosechas fallaron varios años seguidos debido a las intensas lluvias (“en Asturias el hambre viene nadando”, solían decir los periódicos de la época). A partir de estos años la emigración se acrecienta en oleadas sucesivas hasta el punto de que hacia 1930 casi la mitad de la población asturiana había salido de la región (alrededor de 330.000 personas). No todos emigraron a américa. En general los habitantes de la costa emigran principalmente a américa, mientras el interior se desplaza a Madrid, Cataluña y otras regiones de España.  Sin embargo, ya a partir de la perdida de Cuba (1898) y más aún, después de la crisis de 1929, hay un importante retorno de emigrantes con capitales y rentas que van a ser fundamentales en la mejora de la región, el desarrollo de la industria en los años posteriores y la compra de tierras por parte de los campesinos.

El pequeño pueblo de Somao en el concejo de Pravia, que acaba de recibir el premio “Pueblo ejemplar de Asturias 2020”, es un buen ejemplo de la historia de la emigración asturiana y de la forma de actuar de los “indianos” que tuvieron la suerte de hacer fortuna en américa. No hay datos sobre cuantos asturianos retornados hicieron fortuna, pero si quedan en pie alrededor de 3.000 de estas grandes mansiones llamadas “casas de indianos” dispersas por la costa y el interior de Asturias, bastantes ya en completo abandono. Otro dato importante es la enorme labor social que a menudo hicieron muchos de los retornados, si se tiene en cuenta que hacia 1930, sufragaban el mantenimiento de la mitad de la educación en la región. Muchos de ellos invirtieron grandes sumas en mejoras sociales incluyendo escuelas, hospitales, infraestructuras de comunicación, servicios de alcantarillado y suministro de agua potable, construcción de fuentes y lavaderos, iglesias, etc.


La construcción de la escuelas, teatro e iglesia en esta explanada fueron promovidas y subvencionadas por varias de las familias de indianos retornados.


En cuanto a las viviendas, como veréis en estas fotos, traen una nueva forma de ver las cosas y se prima el gusto inglés o francés, especialmente el modernismo. Muchos de estos retornados construyen en sus propios pueblos, compran tierras y construyen jardines con especies exóticas que les recuerdan la tierra donde hicieron sus fortunas. Las casas son luminosas, con galerías de cristal, azulejos, colores llamativos y materiales innovadores. Nada que ver con las recias casonas y palacios de piedra que se construían hasta entonces.

 


Casa estilo indiano con galerías de hierro.

En Somao llama la atención la gran concentración de casonas en un mismo pueblo y su impecable estado de conservación. Varias pertenecen a parientes de una misma familia. Solía ocurrir que el primero que hacía fortuna se llevaba a familiares y parientes para que comenzasen su andadura y les ayudaban a emprender sus negocios. La mayor parte de las fortunas de Somao se hicieron en Cuba y las casas se construyeron en los primeros años del siglo XX. Las fotos son de una visita de esta semana de invierno. Espero regresar a principios del verano para ver los jardines en su apogeo. Dicen que algunas casas permiten verlos. Si venís por Asturias no dejéis de visitar este encantador pueblo, muy cerca de la villa de Pravia en la costa asturiana.

 

 


La casa de la torre amarilla fue construida por Fermín Martínez García emigrado a Cuba. El arquitecto fue Manuel del Busto, quién también construyó el Centro Asturiano de la Habana, hoy Museo Nacional de Bellas Artes. 



Casa con limonero.



Casa de estilo popular asturiano con toques modernistas.


La pequeña carretera que cruza el pueblo bordeada de Calas y Hortensias.


Casa de indiano con la típica escalera de entrada y balcones.


Vista del pueblo con una casona de indianos en primer término.



La casa del Noceo construida por José Menéndez Viña, uno de los primeros en hacer fortuna en Cuba.




Sequioas y Palmeras son comunes en muchas de las casas de indianos como en esta de la Casona.



Otra vista de la finca de la Casona con el panteón y la casa de galerías blancas de hierro más lejos.



Entorno rural de Somao.



El pueblo de Somao está a unos pocos kilómetros de la costa Cantábrica.



Otra vista del pueblo de Somao mirando al mar.


Vista de un jardín.


Escalinata ornamental de una de las casas.


La llamada Casina, de tamaño más reducido.



Casa con balconada y hórreo.



Los grandes hórreos y paneras siguen formando parte de muchas de estas casas.



La cercanía del mar permite el crecimiento de limoneros y olivos.



Finca de la Casona con sus hórreos y cuadras. Los indianos también invirtieron en la compra de terrenos y, en muchos casos, mantuvieron la estructura agrícola y ganadera de estas fincas.



Mas ejemplos de Casas de indianos en Somao.





Villa Radis, construida por un hijo de Gabino Alvarez en 1909es una claro ejemplo de casa modernista
                                             con bandas de azulejos. Tiene un jardín muy interesante.




Palacete villa Marcel, con azulejos rosados.



La casa de la torre amarilla y un poco más lejos otra casa de indianos de la que desconozco el nombre.



Una última casa de indianos con sus características galerías blancas y sus fachadas de azulejos.


lunes, 18 de enero de 2021

Viajes en el pasado. La Cordillera Filipina. El último refugio de los cazadores de cabezas.

 


La Cordillera Filipina es un territorio extremadamente escarpado. Solo se puede cultivar en terrazas construidas con un enorme esfuerzo.

En el norte de la isla de Luzón, en la llamada “Cordillera”, viven numerosos grupos tribales a los que durante siglos se les consideró  marginales, “salvajes” y casi imposibles de “civilizar” según los cánones de las civilizaciones urbanitas, mayoritarias en la capital y otras ciudades del país. Durante la colonización española se les llamó “Igorots” (montañeses en tagalo) y aunque misioneros y oficiales lo intentaron numerosas veces, no hubo forma de convertirlos ni adaptarlos a la vida en pueblos o misiones. Simplemente huían a lo más escarpado de las montañas y rehuían todo contacto o costumbre “civilizadora”. En 1898 España, “obligada” tras la caída de Cuba, vende las islas Filipinas a los americanos por 20 millones de dólares,  quienes las ocupan de inmediato y, con una gran pasión se dedican a explotarlas, civilizarlas  y  borrar todo trazo de cultura española, incluida la lengua. Justo en ese momento los Igorots, aprovechando la debilidad de los últimos años coloniales,  se habían enzarzado en terribles guerras entre ellos y practicaban con regocijo la ancestral costumbre de cortar las cabezas de sus enemigos para demostrar su valentía y exhibirlas en sus poblados.


El pequeño pueblo de Batad en medio de sus terrazas de arroz.


Dicen los estudiosos que los americanos, después de exterminar a las naciones indias de su propio territorio, se imponía una política de mayor prudencia con estas poblaciones tribales de su reciente colonia, así que, a menudo utilizando la técnica del palo y la zanahoria, se dedicaron a construir carreteras, escuelas y poblados en el territorio de los Igorot, mientras sus misioneros expandían su religión,  construían iglesias en cualquier parte y repartían arroz y regalos. Durante la Gran Exposición del 4º centenario del descubrimiento de America celebrada en Filadelfia en 1892, se presentaron varios miembros de los Igorots con sus coloridas ropas y sus artefactos para deleite del público, causando una gran impresión entre los visitantes. Como consecuencia de ello una nube de antropólogos y etnólogos se desplazaron a la cordillera para el estudio de estas tribus. Lo que no habían logrado los españoles en siglos lo lograron los americanos en pocos años. Los Igorot aprendieron inglés y se fueron asentando en poblados y se dedicaron con gran empeño al cultivo del arroz en sus ingeniosas terrazas y, más o menos, dejaron de cortar cabezas. Bastó la invasión japonesa durante la segunda guerra mundial para que retomaran su antigua costumbre, pero tras el reconocimiento por Estados Unidos de la  independencia del país en 1946 se fueron asentando en poblados estables o emigrando a la capital y abandonando muchas de sus costumbres ancestrales y su antigua fiereza. No obstante en 1970 aún se documenta alguna escaramuza con el consiguiente corte de cabezas.

 

Un guerrero Igorot ocn sus ropas tribales. Foto tomada de Internet.

Justo cuando España cede Filipinas a los americanos un joven exsoldado español de nombre Masferre, originario de San Feliu de Gixols, llega a la Cordillera y se instala en la pequeña población de Baguio, donde hace negocio con los misioneros americanos y les ayuda a instalarse. Poco después se casa con una nativa de esa zona, tienen seis hijos, y termina él mismo de predicador,  además de ampliando su negocio en varias direcciones con el fin de subsistir de la mejor manera posible. A principios del XX todavía visita España y uno de sus hijos, Eduardo, estudia unos años aquí antes de regresar definitivamente a Filipinas con una cámara de fotos  y convertirse en el padre de la fotografía filipina. Eduardo dedicó gran parte de su vida a fotografiar las costumbres y la forma de vida de estas tribus de la cordillera y sus fotografías dieron la vuelta al mundo y se expusieron en grandes museos de todo el planeta. Cuando yo visité Baguio, èl hacía unos años que había muerto, pero algún miembro de su familia regentaba una posada-restaurante donde me alojé y vi por primera vez sus impresionantes fotografías de los Igorot y compré uno de sus libros de fotos “Un tributo a la Cordillera Filipina”.  Apenas había turistas aún, y pasé un par de semanas recorriendo las montañas y sus impresionantes arrozales en terrazas en Banaue y Batad, que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad hace unos años. Incluso me quedé en un pequeño pueblo llamado Batad al que había que llegar tras 4 horas de caminata, y donde un antropólogo americano había permanecido varios años observando sus costumbres sin acercarse a ellos  por miedo a su fiereza. Hoy poco queda de aquellos fieros guerreros que, al llegar a la mayoría de edad, debían cortar la cabeza de un enemigo para demostrar su valentía. Quedan las fotografías de Masferré, un fotógrafo totalmente desconocido en España, como muestra del orgullo y la valentía de uno de los pueblos más temidos y fieros de cuantos habitaron este planeta.




El pueblo de Baguio donde vivió Masferre se ha convertido en una pequeña ciudad turística.


Baguio fué el centro de la expansión americana en la Cordillera, especialmente de sus misioneros y estudiosos. Las casas tienen cierto aspecto metodista. 



En una de esas casas está la pensión de la familia de Masferré.



Interior del restaurante de la familia Masferré. En las paredes hay fotos de Eduardo Masferré.


Fotos de Masferré en una mural con su propia descripción



Eduardo Masferré en un poblado Kalinga hacia 1948.


Guerrero de la tribu de los Ifugao con la lanza y la temible azada para cortar cabezas

Foto de E. Masferré.
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Jefe de un poblado Ifugao con collar de colmillos de jabalí.
Foto de E. Masferré.


Hombres transportando espigas de arroz.
Foto de E. Masferré.



Muchacha de la tribu de los Ifugao con tatuajes.
Foto de E. Masferré


Terrazas de arroz en Banaue.
Foto de E. Masferré.


Terrazas de arroz en Banaue. En la cordillera apenas hay terreno llano así que los Igorot se las ingeniaron para cultivar arroz en terrazas, incluso en las zonas más escarpadas, con la construcción de paredes de tierra o piedra con un enorme esfuerzo. 



Las luchas por la supervivencia en un espacio tan difícil y sobre todo el control del agua de regadío, llevan a continuas guerras y conflictos entre los distintos pueblos y tribus de la zona.



Los poblados de los Igorots son pequeños y en su mayoría se componen de clanes familiares.






Las casas de los Igorots recuerdan los hórreos asturianos con sus patas que alejan la edificación del suelo. En tiempos anteriores, las cabezas disecadas de sus enemigos colgabas de los maderos. Hoy las han sustituido por cráneos de búfalo.




Poblado Igorot.





A las casas de los Igorots se accede por una escalera de mano, que se retira durante la noche por seguridad..


Los Igorots son excelentes artesanos en la talla de la madera y tejidos. En la foto dos figuras compradas en el viaje.


Esta casa de los maestros en Batad fue con anterioridad la de un antropólogo americano que se dedicó a estudiar sus costumbres y forma de vida desde una distancia prudencial. Detrás está la única pensión para turistas en aquél momento.




Transportando espigas de arroz.



Un descanso en el trabajo.



Todas estas terrazas están regadas por un complejo sistema que transporta el agua al lugar más alto, para dejarlo caer hasta la última parcela a través de pequeños canales. Una autentica obra maestra de los Igorot, los temibles cazadores de cabezas.


Una vista de Batad y sus terrazas de arroz desde la pensión donde me alojo. Han construido una pequeña iglesia metodista en medio del poblado.



Paisajes de la Cordilera.