martes, 30 de septiembre de 2025

La Barrosa a finales de Septiembre


Aster, Nepetas y Cosmos aguantan bien la sequía.

    Tras un verano extremadamente seco se adelanta el otoño y apenas ha caído nada de lluvia. Mientras la tormenta Gabrielle inunda gran parte del este del país con cantidades torrenciales de lluvia, en Asturias luce el sol y tan solo han caído unas gotas. Parece que aún no toca. Lo que si se ha confirmado es que este ha sido el verano más seco en Asturias desde los años 60, cuando comenzaron a tomarse datos. Al menos dos grados y medio por encima de la media. La situación no parece que vaya a cambiar durante el otoño, en lo que se refiere a las lluvias, aunque las temperaturas han descendido bastante, lo cual es algo.


Paisaje otoñal a finales de verano.

    En la Barrosa la sequía ha sido feroz y a pesar de que he regado todo lo que he podido, el jardín ha sufrido bastante. Algunos arces japoneses se han quemado bastante, auqnue espero que se recuperen el próximo año, el verde de la hierba ha desaparecido en las partes más expuestas al sol y la mayoría de las floraciones se han agostado antes de tiempo. También han sufrido bastante los frutales. Dos manzanos grandes se han muerto, al igual que mi precioso manzano inglés (Malus John Downey). Supongo que el culpable es algún tipo de virus acelerado por la sequía. La fruta se ha caído antes de tiempo y apenas sirve para nada. Por primera vez en muchos años no habrá manzanas para hacer sidra. Toca poner buena cara al mal tiempo y pensar que tal vez el próximo año no sea igual o que tal vez habría podido ser peor con todos esos incendios recorriendo el país.

 


Ultimas floraciones de Helenium y Echinacea purpurea.

    Muchos árboles y plantas perennes presentan ya coloraciones de otoño. Los Aster, una planta todoterreno a la que le encanta el sol, han florecido antes de tiempo y están esplendidos. La mayoría de los arces japoneses que crecen bajo la sombra de otros árboles, no han sufrido gran cosa, y ya empiezan a cambiar de color. Las temperaturas han bajado mucho durante las noches, lo que ha incrementado la humedad y el rocío mañanero. El jardín ya no va a dar más de sí, por lo que es el momento para empezar a podar y cambiar plantas de sitio o modificar algún parterre. He decidido aumentar el tamaño del último de los parterres, en la parte baja del jardín, y disminuir la parte de césped. Está claro que es más fácil mantener parterres con plantas de bajo consumo de agua, que tener partes de césped expuestas al sol que se queman a medio verano. Está claro que los Sedum, Salvias y Aster son las plantas que mejor aguantan la ausencia de agua y que mejor se mantienen en los veranos secos. Lo mismo sucede con algunas gramíneas ornamentales. Los Helenium y algunas Echinaceas tampoco necesitan mucha agua para sobrevivir en buenas condiciones. En cuanto a las plantas de temporada, los Cosmos parecen ser los que mejor aguantan la sequía. No hay duda que para que el jardín sobreviva con dignidad a los tiempos que se avecinan, habrá que cambiar algunas plantas y poner otras más resilientes.


Ampliando el último de los parterres.

    Me preocupan algunos arces japoneses que están más expuestos al sol. He notado que algunos de los más viejos dejan caer una parte de las hojas, especialmente del interior del árbol, cuando el verano es seco, manteniendo las exteriores verdes y brillantes. Tal vez sea su forma de responder a las sequías. Son árboles muy antiguos y muy adaptables, así que espero que sobrevivan si no los ataca alguno de esos virus mortales que pululan por ahí cebándose con los árboles que están débiles.

Aquí os dejo unas fotos de la Barrosa esta semana justo cuando acaba de comenzar el otoño.



Vista general del jardín.



Salvia Amistad y Aster novi-belgi.


Sedum telephium.



Bajo un arce, Clorophytum comosum y helechos.


Sedum telephium y Aster ericoides.






Gaura y algunas dalias aún en flor.


Salvia Royal Bumble y Physocarpus Little devil.



Salvias, Aster y otros.


Gramíneas, Arce y Asteres.



El Acer palmatum Sango Kaku ya comienza a cambiar de color




El Árbol pagoda mantiene su impecable color a pesar de la sequía.


Cabezas de Rudbeckias.



Macetas con plantas crasas junto a la casa.






Ambiente otoñal.


Los Asteres no solo invaden todo el espacio disponible, sino que se mezclan y polinizan y al final parece una única especie, cuando todos eran diferentes.



Las Gramíneas y los Aster combinan muy bien.




Cosmos y Asteres son las estrellas de Septiembre.



Las hojas aceleran el cambio de color.








Salvias.





Praderas blancas al fondo.



Este parterre casi dobla ahora su tamaño.

lunes, 22 de septiembre de 2025

Viajes en el pasado: Batopilas y la Barranca del cobre. Los últimos Tarahumaras. (Méjico 1993)

 


Indios Tarahumaras desfilando en Semana Santa.

En la Semana Santa del 93 hice un viaje con unos amigos a la “Barranca del cobre”, en el estado de  Chihuahua. Había leído algo sobre la tribu de los indios Tarahumara y una catedral perdida de los jesuitas en algún sitio de esta zona de barrancas. Entramos por el Paso con nuestro propio vehículo y pagamos la consabida “mordida”, un par de veces, a los guardias de tráfico mejicanos. No hay forma de librarse de ello. Tan pronto detectan un coche americano te paran con cualquier excusa y exigen una “contribución”. Eso es todo. Llegamos a Batopilas dos días después. Un pequeño pueblo perdido en medio de una barranquera al lado de un río de aguas verdes y rodeadas de un paisaje espectacular. Parece un decorado para un western del siglo pasado: viejas casas de otros tiempos que ahora se caen a pedazos,  mejicanos a caballo con pistolas al cinto, indios escurridizos con su manta al hombro y sus bandanas en la cabeza,  perros sueltos rebuscando comida entre la basura y la tierra de color rojizo. Es como trasladarse 100 años atrás en unos kilómetros.


Cascada en la Barranca del Cobre.

Batopilas fue fundado por el español, Jose de la Cruz, tras descubrir una rica mina de plata en 1708. Durante 200 años tuvo épocas de gran prosperidad y otras no tanto,  según se agotaban las vetas de plata y cobre, y se buscaban otras nuevas. En 1880 alcanzó su máximo esplendor tras las cuantiosas inversiones del magnate americano Alexander Robey Shepherd, quien construyó un ferrocarril hasta la costa, abrió nuevas minas, construyo hospitales y escuelas, y edificó una gran mansión en la Hacienda San Miguel, rodeada de jardines, donde se alojaron ministros y personajes importantes de la época. En esos años el pueblo alcanzó los 50 mil habitantes. Entre  1911 y 1920, con motivo de la revolución mejicana todo se vino abajo. Las minas pararon y los intentos que se hicieron después para reabrirlas no dieron resultado. En pocos años todo se desvaneció y en estos momentos la población apenas llega a los 1.200 habitantes. Me da la impresión de que ahora muchos malviven del contrabando de droga, pero es imposible saberlo. El ambiente es sombrío y decadente, y en los bares te miran con cierto recelo. Los turistas se pueden contar con los dedos de una mano.



Calle de Batopilas en 1993.

Durante varios días recorremos los barrancos y los picos de los alrededores, nos bañamos en los ríos y las cascadas, y también avistamos a esos indios escurridizos que visten aún como en la época de los mayas y persiguen sus rebaños de cabras por los barrancos. La primera vez que vi a uno de esos niños vestido con su túnica blanca y su colorida bandana roja en la cabeza, me pareció un espejismo. Parecía un pequeño príncipe. Y, si, también vimos esa “catedral perdida”, la enorme iglesia de varias cúpulas que construyeron los jesuitas a 7 km. del pueblo y que hoy queda en medio de la nada, al lado del río, abandonada a su suerte. La misión fue erigida para evangelizar a las comunidades indígenas de la región por el misionero Manuel Ordaz, quien inició la construcción de esta enorme iglesia dedicada al Santo Ángel Custodio en 1699. Apenas 60 años después, en 1767. los jesuitas fueron expulsados de la Nueva España y la misión quedó prácticamente abandonada durante más de 200 años. Recientemente se ha restaurado algo, ya que alguna de las cúpulas estaba resquebrajada y a punto de venirse abajo. Se gigantesco tamaño sorprende  tanto como el vacío que la rodea ya que no hay ni pueblo ni casas. Parece un sinsentido. Tal vez se construyó así para impresionar a los pobres Tarahumaras y convencerles del paraíso que les esperaba tras su conversión al cristianismo.



La mansión abandonada de los Shepherd

Unos kilómetros más arriba la gran mansión de los Shepherd es una ruina absoluta y las raíces de los árboles crecen sobre sus paredes como en los templos de Angkor Wat.



Niña Tarahumara.

Durante el fin de semana los Tarahumaras bajan al pueblo vestidos con sus túnicas y asistimos embobados a sus desfiles y bailes de celebración de la Semana Santa. Difícil entender su sincretismo religioso mezcla de las enseñanzas de los frailes y de sus costumbres ancestrales. Por lo que leí, parece que el baile es una lucha entre el bien y el mal, que imita de alguna manera las guerras de moros y cristianos de algunos pueblos españoles. Al final, una vez vencidos los malos, terminan quemando al Judas en una hoguera. Me encantaría poder quedarme más tiempo en este extraño lugar, pero hay que volver a la gran ciudad sin más remedio.



Viajando en coche por un paisaje desértico.



Paisaje de la Barranca del cobre.



La gran cascada de Batopilas.







En estas cabañas de madera viven los Tarahumaras.


Un indio camina por la calle con su manta al hombro.


La iglesia del pueblo.


La Barranca del cobre recuerda algo al Cañón del Colorado en USA.



Mis amigos a la orilla de una poza.







Contemplando el barraco desde un mirador.


El pueblo de Batopilas al lado del río.


El grupo de amigos.



Dos niños con la mansión en ruinas de Shepherd al fondo


Un gran árbol creciendo sobre las paredes de la mansión.


En la estación del tren.


Caminando de vuelta al pueblo.




Matanza de un cerdo.


La gran iglesia abandonada de los jesuitas.





Un pastor Tarahumara accede a que le haga unas fotos. Visten igual que en la época de los mayas.





Un niño Tarahumara cuidando cabras en la montaña.



Una madre y su hija salen de casa para la procesión de Semana Santa.



Otro muchacho Tarahumara en la procesión.

Todas las fotografías son escaneados de diapositivas que hice en aquel viaje (1993) antes de la fotografía digital y la resolución no es muy buena.