|
Subida al monasterio de Thikse. |
Hace ya bastante tiempo de aquél
viaje, y sin embargo guardo de aquél lugar un recuerdo intenso y prístino. Un
lugar de una belleza asombrosa y fría. Totalmente ajeno al espacio y al tiempo
de nuestro mundo occidental y de nuestra forma de vida. Ladakh, en 1994, era
como un viaje al pasado, al mundo en blanco y negro de los libros de aventuras
y viajes de la biblioteca del colegio. Y era real: los monasterios de las
colinas, las montañas nevadas, los bailes de máscaras, las estancias oscuras y
los pasadizos de los templos donde al fondo brillaba el oro de las imágenes
envueltas en el ambiente irrespirable de las llamas de los pebeteros…
Todo el mundo dice que la India
no es un país para corazones frágiles, al menos entonces. La
|
Carretera Srinagar-Leh. Horas parados por un derrabe. |
miseria, el calor,
el hedor del ambiente o la enorme presión de las multitudes acaban con tu
paciencia y tu ánimo. En aquél largo viaje de 1992 hubo
casi de todo. Regresé con 10 kilos de menos y prometí no volver a la India nunca
más (si he vuelto, hace dos años, pero eso es otra historia). Y sin embargo
Laddakh permanece en la memoria como uno de los pocos lugares amables y
luminosos de aquel duro viaje de iniciación.
Llegué a Ladakh por casualidad.
Un par de semanas antes había dado con mis huesos en Srinagar, la capital de
Cachemira, a la que había llegado sin enterarme que había una guerra real y
toque de queda durante la noche. Con la ayuda de un guía de viajes coreano,
Rambo Cho, conseguimos salir de Srinagar
en un destartalado autobús rumbo a Leh, la capital de Ladakh, a donde llegamos
dos días después, tras un viaje épico a través de las montañas. Leh era como una
ciudad de cuento, de casas de barro y huertos verdes, con las montañas
|
Máscara en uno de los templos de Ladakh. |
cubiertas
de nieve al fondo. En la colina, el gigantesco palacio del antiguo rey de
Ladakh, se caía a pedazos. Un río de agua helada atravesaba el valle y, en las
cimas de las montañas, se asentaban los monasterios y templos de los monjes que
veíamos en el mercado. La gente era amable y sonreían tibiamente con sus caras coloradas
por el frío. Apenas había un turismo incipiente, ya que aún no se había
construido el aeropuerto, y llegar allí era una auténtica aventura. Rambo
consiguió un par de habitaciones en una casa privada de una familia noble y
durante quince días caminamos por las montañas, asistimos a las ceremonias de
los templos y vivimos la vida sencilla de un pueblo que aún vivía al margen de
la historia y de la vorágine del resto de la India.
|
Viaje de Cachemira a Ladakh a través de las montañas. Una auténtica aventura solo para iniciados. |
|
Nuestro autobús en la frontera con Ladakh. |
Ladakh fue un reino independiente
durante una docena de siglos. De influencia y cultura tibetana, prosperó gracias al
comercio con el Tibet y con China además de formar parte de la ruta de la seda. Por aquí
pasó Marco Polo hacía 500 años. Ladakh resistió los ataques de la invasión musulmana
del sur de la India y los intentos de islamización del país durante años. En el siglo XVII fue invadido
por el Tíbet y poco después liberado con la ayuda del sultán de Cachemira quién obligo a la
familia real a convertirse al islam, aunque eso no impidió que la cultura siguiera siendo predominantemente budista. Desde esa fecha sobrevivió a la sombra de
Cachemira, hasta la colonización inglesa. Tras la partición de la India dudó
entre incorporarse a la India o a Paquistán y hoy forma parte de los
territorios reclamados por esta nación. Desde mi viaje y, por lo que he leído,
Ladakh ha cambiado mucho. Se ha construido un aeropuerto y es parte habitual de
los circuitos turísticos a la India. Hay hoteles de cinco estrellas. Se han
restaurado palacios y monasterios y el “trekking” en las montañas es la última
moda. Es el cambio inevitable que trae la globalización y el turismo. Me
pregunto cuál habrá sido el destino de aquella familia que nos alimentó y nos
mimó durante quince días. Aquí quedan unas pocas fotos para el recuerdo.
|
Valle de Leh, con las montañas nevadas el fondo. |
|
Puerta de entrada al recinto del palacio de Leh. |
|
Colina del palacio y la ciudad de Leh. |
|
Foto actual del palacio reconstruido del rey de Laddakh tomada de Internet. |
|
En esta bonita casa tibetana nos alojamos quince días. |
|
La dueña de la casa en su cocina. |
|
Mi amigo Rambo Cho, vestido de monje, y yo en la azotea de la casa.
|
Cuanto exotismo desprenden tus fotografías. Si a mi me han dejado impresionadas, no puedo imaginar lo que ha de ser vivir una experiencia así personalmente. Gracias por compartirlas, son maravillosas.
ResponderEliminarAntes de que hubiera teléfonos móviles e Internet algunas partes del mundo si podían ser exóticas. Ahora ya nada es igual pero aún sigo viajando. Gracias por tus comentarios y saludos.
ResponderEliminarMadre mia eso es ser aventurero y no los de los blogs de viajes de hoy en dia... Desde luego la visión que tubiste de ese y otros lugares que nos muestras habra cambiado y mucho... De tu relato creo que podemos hacernos una idea del antes de la globalización/turistificación en esos lugares...
ResponderEliminarLa experiencia de viajar hoy en día se parece muy poco a la de entonces. En realidad era más dura, pero se compartían muchas cosas y siempre había alguien que te echaba una mano. A la larga Internet y nuestros móviles nos han aislado más. Viajar es más fácil pero ya no se disfruta tanto. De todos modos aún sigo viajando y disfrutando de muchas experiencias nuevas.
ResponderEliminarSaludos