viernes, 10 de agosto de 2018

Viejos castaños heridos por el tiempo.


Agujero producido por un rayo en un viejo tronco.


Hace un par de años descubrí por casualidad este bosque de viejos castaños, cubierto de maleza, en una ladera entre los pueblos de Llamas y Conforcos. Me llamaron la atención de inmediato porque no es común encontrar tantos castaños de estas enormes proporciones formando todo un bosque, y los mencioné en una entrada en relación con el pueblo de Llamas. Ambos pueblos se encuentran en la ruta del Camino de Santiago que pasa por los puertos de Vegarada y Piedrafita, ambos aún sin carretera, pero bien comunicados con la meseta desde tiempo inmemorial por buenos caminos carreteros, al menos en verano. Los dos poseen iglesias que se remontan al siglo IX y, al menos en el caso de Llamas, hay noticias de un pequeño cenobio o monasterio en la vega del mismo nombre, hoy desaparecido.

Gigantesco castaño con una herida longitudinal producida por un rayo. Heridas son comunes en muchos de estos gigantes.

Siguiendo este hilo de investigación uno de los habitantes más viejos de la localidad de Conforcos me informó que tales castaños formaban parte de la “Mata real de la Iglesia de Llamas” (tal vez en alusión a una concesión por parte de algún rey asturiano de estas tierras al citado monasterio). Sea como sea no he encontrado nada escrito que avale estos indicios y a día de hoy nadie sabe a quién pertenecen y como veis por las fotos, aunque hay una pista ganadera que cruza el bosque, están en absoluto abandono y, cada año que pasa, alguno se derrumba sin remedio.


Estos castaños tienen la peculiaridad de haber sido injertados –se distingue perfectamente el abultamiento en la base que lo indica- hace cientos de años. La edad la indica el perímetro, que en algunos casos alcanza los 8 o 10 metros. El injerto del castaño es fundamental para obtener frutos de buen tamaño y cosechas abundantes. Parece que fueron los romanos los que extendieron por Europa el injerto y cultivo del castaño, con el fin de complementar la dieta de soldados y colonos. Caído el imperio romano, este conocimiento debió perderse y fueron los monjes benedictinos los que, al parecer, lo extendieron de nuevo por gran parte de Europa. Sea como sea, el castaño fue parte fundamental de la dieta de los asturianos desde tiempo inmemorial hasta bien entrado el siglo XX. Un par de estos enormes castaños podía complementar la dieta de una familia y ayudarla a ella y a sus animales a pasar el crudo invierno, significando en muchos casos la diferencia entre la vida y la muerte por hambre. Hasta no hace mucho, el pote de castañas secas era fundamental en la supervivencia de muchas familias asturianas.  Las castañas también se consumían hervidas y asadas al fuego. En épocas de escasez, un puñado de castañas hervidas con un cuenco de leche eran la cena de muchos asturianos. También se utilizaban para el engorde de los cerdos si la cosecha había sido abundante. 

Abultamiento en la base que indica la herida del injerto.

Durante el siglo XVII y XVIII, con el incremento de la población, las autoridades permitieron a los habitantes de los pueblos plantar árboles en terreno común, así como hacer “borronadas” para el cultivo del cereal. Así los campesinos eran propietarios del fruto de los árboles o del cultivo, pero no del terreno. En época de recogida de castañas todo el mundo contribuía, incluidos los niños, y los árboles se cuidaban con gran mimo, nombrando guardas y regidores que controlaban las cosechas y evitaban los robos de castañas que estaban fuertemente penalizados. Es curioso con cuánta facilidad hemos perdido en Asturias la cultura del cultivo del castaño, hasta el punto de que no queda ni una sola explotación en todo el territorio, y en la actualidad la mayor parte de las castañas que se consumen vienen de la región del Bierzo, de Galicia e incluso de Francia. Mientras la consejería de agricultura intenta promocionar el cultivo del castaño y organiza cursos de injerto, la mayor parte de los bosques aún existentes se caen y se mueren de desidia y abandono. Alguno de estos gigantes puede tener información genética de especies resistentes o muy productivas que tuvieron siglos para adaptarse al lugar, pero que se perderá con ellos. Lo mismo ha ocurrido con manzanos y otros frutales ya desaparecidos. Uno tiene la impresión de que en este país siempre llegamos tarde a todas partes, cuando muchas cosas ya no tienen remedio. Al menos quedarán estas fotos para recordarlos cuando hayan desparecido, lo que ocurrirá con toda probabilidad en poco tiempo.

En torno al tronco principal suelen surgir otras ramas no injertadas. Lo normal es destruirlas de inmediato. Esas ramas muestran los años de abandono del árbol.


Pista forestal que cruza el bosque.
Este ejemplar tiene ocho metros de perímetro.

La hiedra suele invadir los troncos acelerando su decadencia.

En muchos de estos troncos caben varias personas en su interior hueco. Son refugio de multitud de animales con lo cual cumple una función muy importante en el ecosistema.





Algunos gigantes forman parte de las lindes de algunos prados.


Este árbol todavía se conserva en un estado relativamente saludable.


Gigantescos troncos caídos, cubiertos de líquenes y habitados por cientos de criaturas del bosque.

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Corteza llena de profundas hendiduras y abultamientos.

Gigantes descabezados que apenas se sujetan en pié.


Otro tronco caído y paredes de piedra de antiguos fincas olvidadas.

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