lunes, 10 de diciembre de 2018

Diciembre en la Barrosa: El jardín de invierno.


El el jardín de invierno los arbustos recortados crean geometrías de contraste que mantienen el interés.
 
Después de la nieve de principios de Noviembre que causó tantos destrozos en la Barrosa, el clima ha sido extremadamente benigno y cálido, nada que recuerde el invierno si no fuera por las ligeras heladas que caen cada noche. Parece que tendremos que acostumbrarnos a estos cambios de tiempo repentinos y fuera de temporada que a veces producen daños extremos en las propiedades y deja a las plantas en una eterna confusión. ¡Ya he visto algunos ciruelos en flor en Oviedo y aún no ha llegado la Navidad!
Hemos pasado los últimos fines de semana cortando los árboles caídos por la nieve y plantando algunos nuevos. ¡Qué otra cosa se puede hacer! Los jardineros rara vez nos damos por vencidos y se impone la resistencia y el optimismo. La naturaleza tiene una enorme capacidad de regeneración así que no hay nada definitivo ni terminal. Al contrario. La mayor entrada de luz siempre genera cambios beneficiosos.
 
Las bayas del Ilex Aquifolium, tienen un gran atractivo durante el invierno.
En el jardín los destrozos han sido menores, aunque tendré que reponer un par de arces japoneses. La mayor parte de las plantas Vivaces ya han se han dormido y es el momento para trasplantar y dividir los ejemplares mayores. También es el momento para dejarnos llevar por esa incomprensible tendencia (para los demás) a cambiar plantas de un sitio para otro sin una lógica aparente. La mayor parte de las flores ya se han ido aunque aún persisten las descoloridas cabezas de las hortensias y algún que otro crisantemo. Sin embargo no se puede decir que el jardín carezca de color. Es ahora cuando el colorido de las últimas hojas de los arbustos, y las ramas y troncos de los árboles lucen todos sus matices bajo la tenue luz invernal. El jardín de invierno debe ser un tablero de luces y sombras en el que arbustos y árboles juegan un papel principal. Un delicado balance entre las ramas desnudas y las formas geométricas de aquellos otros, podados para crear volúmenes, es fundamental para que el jardín tenga interés durante el invierno. También las bayas juegan un papel esencial ahora que han desaparecido las flores. Ellas son ahora el punto focal en muchos jardines.
No sé si he conseguido algo de esto en la Barrosa pero a mí me gusta el jardín en invierno tanto o más que el de verano. Es pero que os gusten estas fotos.

 
 
 
Contraste de hojas y colores en el patio trasero.




Las hojas de las hayas permanecen en el árbol hasta la primavera.

Haya (Fagus sylvatica) y arbustos recortados.

Mi "Buho de la sabiduría" ya va adquiriendo la pátina del tiempo.

Esta "Parrotia Pérsica" tiene una magnífica coloración otoñal.

Haya y Abedul recién podados la pasada primavera.



Ajania pacífica llamada Crisantemo de oro y plata por la coloración de sus hojas y flor.

Interior del pequeño invernadero. Un refugio durante el invierno.


Estoy muy orgulloso de mi limonero que lleva varios años produciendo fruta, desde que lo compré,  a pesar de las  temperaturas extremas de la Barrosa y de estar confinado en una maceta.

Variedades de plantas crasas a resguardo.

Estampa del sur en mi invernadero.

El año anterior me reglaron este Kumquat y de momento ha sobrevivido y tiene alguna fruta.



Bayas de Cotoneaster.

Bayas de Nandina domestica.

Las hojas de los arbustos de Spiraea japónica tienen un excelente colorido en otoño y primavera.

Spiraea y Hebe.

Contraste entre el tronco de un espino y las hojas de la Parrotia pérsica.

Ilex Aquifolium aureomarginata y Berneris Thumbergii.

Desde el mirador


Caseta de herramientas.

Cabezas descoloridas de las Hortensias.

Debajo del Arce Bloodgood crecen Gramíneas y helechos.

Un poco de color en macetas.

Plantas crasas en macetas.

Luces y sombras al atardecer.


 
 

domingo, 9 de diciembre de 2018

Otoño en los Lagos de Covadonga. Parque Nacional de los Picos de Europa. Asturias.


Lago Ercina. Picos de Europa.
Hacía ya tanto tiempo que no visitaba los lagos de Covadonga que hasta me sorprendió comprobar que no habían cambiado demasiado desde cuando era un  muchacho y solíamos acampar en las orillas del Lago Enol, bañarnos  en sus frías aguas y cazar cangrejos de patas blancas.
Entonces solo los pastores con sus rebaños de vacas y ovejas, y algunos excursionistas los visitábamos. Era un lugar como otro cualquiera de las decenas de majadas de los puertos asturianos  que durante el verano se llenaban de voces y silbidos, mugidos y tintineos de esquilas. Al atardecer el olor  a leña quemada de las cabañas de los pastores flotaba en el aire y viajaba a través de la niebla para indicar la presencia humana en un paisaje de otra manera desolado y, para nosotros, lleno animales salvajes y monstruos imaginarios.
 
Majada y cabañas en los alrededores de los Lagos de Covadonga.
Hoy casi un millón de personas visitan los lagos de Covadonga cada año, y se han convertido, junto con el Santuario de Covadonga, en uno de los reclamos turísticos más visitados y conocidos de Asturias. Es uno de esos lugares “patológicamente bellos” que los visitantes graban con fruición en sus teléfonos móviles, pero que a menudo no van mucho más allá del aparcamiento para vehículos o del restaurante de turno. Todo lo más caminan por una escalera de madera que comunica los dos lagos sin salirse del camino, ni imaginar siquiera la vida o vivencias de un entorno natural que ha sido utilizado por los habitantes de esta zona durante milenios. Pocos se imaginan que en las cabañas hay personas que ordeñan el ganado al amanecer y luego se van a segar y recoger la hierba de los prados y caseríos que jalonan la empinada carretera o los caminos circundantes y que, a menudo, regresan al anochecer a sus cabañas para controlar el ganado y amamantar a las crías. Hoy más que vivir en las majadas se transita por ellas, esa es la realidad, pero siguen estando habitadas y conviven con un turismo de masas, cada uno ajeno al otro y sin mezclarse. Eso es lo que ocurre en los Lagos de Covadonga o en casi todos los Picos de Europa. Basta alejarse unos pocos cientos de metros del aparcamiento para quedarse solo en medio de las majadas y pastizales, solo tú y el ganado en medio de la belleza desolada que el sol del otoño cubre de tonos dorados y cobrizos. Contemplar la mansedad rumiante de las vacas mientras las grandes cumbres surgen de improviso detrás de la niebla es algo digno de ver y experimentar, si algún día os acercáis por estos parajes. Basta tan solo alejarse unos cientos de metros de la carretera y huir de la masa de turistas que permanecen juntos, como un sumiso rebaño, temerosos de lo desconocido.
 
El santuario de Covadonga con su basílica del .XIX.

Espino albar y paisaje de montaña en la subida a los lagos.

 
 
Los dos lagos son de origen glaciar. El lago Enol está a unos 1000 metros de altura.
 
En torno al lago Enol hay praderas y majadas donde pasta el ganado durante el verano, hasta la llegada de la nieve.
 
Al otro lado de esa loma y cabaña está el lago Ercina, algo más pequeño, a unos 1.100 metros de altura. Solía haber cangrejos y peces pero hoy ya no se pueden pescar ni bañarse en los lagos debido a la fragilidad del sistema ecológico.



Caballos y vacas son los auténticos habitantes de este paisaje aunque también abundan los animales salvajes, especialmente corzos y jabalíes.
 
 
Pequeña ermita junto al lago Enol.

Las cabañas de piedra se confunden a menudo con el paisaje circundante de roca caliza.

La oveja Xalda, originaria de esta zona se ordeña para producir el queso de Gamonedo y Cabrales.



Cabañas apoyadas en las laderas de las montañas.

Lago Ercina

Detrás de las colinas asoman sus cabezas algunos de los picos del macizo Picos de Europa.

Majada y cabañas.

Entre las rocas suelen crecer árboles de tejo extremadamente viejos (Taxus baccata)

 

Rumiando el atardecer mientras el sol se esconde.