viernes, 21 de mayo de 2021

Un recorrido sentimental por los paisajes de montaña de mi infancia.

 


 Vista del Valle de Vegarada, con la carretera de tierra que lo comunica con León.

¿Por qué será que según van pasando los años recordamos con más ahínco los paisajes míticos de nuestra infancia? Aquellos pocas semanas que pasé con mis tíos y mi padre en una casería de montaña en el puerto de Vegarada, a donde llevaban las vacas a pastar cada verano, cuando tenía 6 y 7 años, quedaron fijos en mi recuerdo y plasmaron en mi memoria una idea de paisaje y de naturaleza que no he dejado de anhelar en cada lugar al que viajo o vivo. Recuerdo que cuando vivía en los Estados Unidos, en la ciudad de los Ángeles donde trabajaba, a veces no podía soportarlo y solía coger el coche y conducir 300 kilómetros hasta un lugar en las Rocosas que me recordaba vagamente este puerto de Vegarada que veis en estas fotos. Me bastaba con contemplar el paisaje durante un rato para  regresar de nuevo calmado y abordar el largo camino de vuelta. Desde entonces, cuando viajo a algún país lejano, siempre incluyo en mis viajes algún recorrido de montaña. No puedo evitarlo. Las montañas y los paisajes verdes me atraen como un imán. Tal vez eso explique mi interés por La jardinería. Les pasa lo mismo a la gente que vive en islas o cerca del mar. No pueden estar mucho tiempo sin contemplarlo. He conocido a isleños que se ponen muy nerviosos cuando llevan mucho tiempo en una ciudad sin ver el mar.

 


La llamada Puerta de Faro, desde la Marnegona, cubierta de flores blancas.

El Puerto de Vegarada está a unos pocos kilómetros de la Barrosa y es uno de los pasos de montañas más antiguos y transitados desde hace siglos que comunica Asturias y la meseta. La familia de mi padre es originaria de un pequeño pueblo a la puerta de este camino de montaña (Rio Aller). Ganaderos en su mayoría, siempre llevaron a pastar sus rebaños de vacas y ovejas a este puerto durante los largos meses de primavera y verano. En la casería llamada l´Acebal cuidaban del ganado, ordeñaban las vacas y hacían mantequilla que luego bajaban a vender en los mercados. Mi abuelo también hacía xugos de madera y madreñas durante el invierno. A mí, y a alguno de mis primos, nos tocó ver un atisbo de esa vida rural ya desaparecida cuando éramos niños. Al llegar el mes de Junio las cabañas del Puerto de Vegarada se llenaban de ganaderos y, cientos de vacas y ovejas llenaban los mayados comiendo la jugosa hierba primaveral. Al atardecer, casi siempre bajaba una espesa niebla que hacía desaparecer el paisaje y llenaba el aire frío del sonido de las campanillas, los mugidos del ganado y el olor acre del humo que salía de las chimeneas. Al lado del fuego escuchábamos historias de lobos y de osos que nos llenaban de miedo, a pesar de que nos encantaba escucharlas. En los mayados donde había varias cabañas, casi todos se juntaban al atardecer y a veces alguien tocaba una gaita y se ponían a cantar y a bailar alrededor del fuego.  Eso lo viví yo durante un par de veranos de mi infancia y hoy casi parece algo que ocurrió hace varios siglos atrás.

 


Capilla de la Brañuela, reconstruida en la actualidad.

En el Puerto de Vegarada el paisaje es casi el mismo que el de los recuerdos de mi infancia. Las cabañas y los prados siguen en el mismo lugar donde estaban entonces. Incluso las praderas se llenan de cientos de vacas con sus campanillas y sus mugidos desde el mes de Junio hasta finales de verano. La niebla continúan envolviendo el valle cada atardecer, pero ya nadie cuenta historias de lobos porque la mayor parte de las cabañas están vacías. Ya nadie las ocupa durante el verano. Los ganaderos suben en sus todo terrenos y sus quads cada tarde a ver el ganado pero bajan a dormir a sus pueblos. Ya nadie toca la gaita ni se escuchan voces durante las noches, pero los lobos siguen ahí afuera acechando al ganado como lo han hecho siempre.


La Orquídeas llenan los prados en el Valle del Curueño, al otro lado del puerto.


Durante la República se proyectó construir una carretera por aquí con el fin de comunicar esta parte de Asturias con los pueblos de León, al otro lado de las montañas. Justo cuando iba a comenzarse la obra estalló la guerra, y la carretera nunca más se hizo. Esto, de alguna manera, ha sido una bendición. Gracias a la ausencia de carretera el puerto de Vegarada conserva uno de los paisajes más prístinos y mejor conservados de la montaña asturiana y espero que siga así por muchos años más. Hace un tiempo, al otro lado, la Diputación de León se propuso construir un gran mesón de montaña-hotel justo en el lugar del antiguo Mesón de Vegarada, pero las obras hace tiempo que están paradas. En la parte leonesa, el Valle del Curueño sigue tan hermoso como cuando yo era un muchacho: pequeños pueblos de piedra, prados cubiertos de flores y uno de los ríos de aguas más transparentes que se puedan ver en este país. A veces, quedar fuera del “progreso” tiene muchos beneficios. Me encanta recorrer este puerto justo antes de que suban el ganado, dentro de unos días. Las praderas están cubiertas de alfombras de flores, las hojas de las hayas y la hierba recién nacida parecen casi transparentes y el paisaje destila una pureza que te deja embriagado. Espero que disfrutéis con estas fotos.

 


Subiendo hacia el puerto, cerca de Carbayalín, el camino está escoltado de prados y cabañas. 



Las hojas de las hayas parecen casi transparentes. En los prados crecen ranúnculos amarillos.



Cabaña en la Vega Baxo. El suelo está cubierto de margaritas y dientes de león.



Cabaña en la Brañuela, al lado de la capilla.


Durante siglos, esta gran cabaña al lado de la ermita, funcionó como refugio de peregrinos. Estaba habitada todo el año y una de las funciones de los llevadores era tocar la campana durante los días de niebla espesa, tan comunes en el puerto. Hay bastante documentación sobre esta construcción.


Pradera en el Mayau de la Texera.


Ahí abajo está el "Infierno la Texera", del que ya hablé en otra entrada.


Orquídeas y anémonas creciendo entre las rocas.





Cabañas en la Brañuela. Aquí comienza el valle de la Marnegona, una de las praderías más extensas de Asturias.


En el centro, se puede ver el pico Estorbín, el más alto del concejo de Aller.


Mata de Gentianas azules. 


En la Puerta de Faro aún quedan numerosos neveros.


Lithodora difusa.



Ajuga pyramidalis.



Desconozco el nombre de esta planta.



El valle de Faro aún cubierto de nieve en la parte más alta.



Refugio de la Marnegona, en medio de una enorme pradera.





Nada más cruzar el puerto hacia León, comienza el valle del río Curueño. Vega de Redipuertas el primer pueblo que uno se encuentra después de dejar atrás Asturias.


La vegetación es bastante diferente de la del otro lado, y los prados se llenan de flores, ya que la radiación solar es más intensa.


Las floraciones de los prados rocosos son espectaculares en esta zona del valle del Curueño.






Río Curueño.



De nuevo en Vegarada, al atardecer. Cabaña en las Vegas de la reina.


Las llamadas Vegas de la reina es una enorme pradería con varias cabañas que hace años se llenaban de gente durante los veranos.


Al fondo del valle, se ve la Puerta de Faro, una valle glaciar con preciosas cascadas y praderías.


Riachuelos y pequeños lagos llenan las praderías de la parte más baja del valle.




Los pequeños riachuelos se llenan de ranúnculos y otras plantas acuáticas que comienzan a florecer ahora.





En esta última foto se ve, en primer término, lo prados y cabaña de la Caseria de l´Acebal que aún sigue perteneciendo a dos hermanos de mi padre. Ahí pasé yo un par de veranos de mi infancia.

4 comentarios:

  1. Precioso reportaje amigo Jose de gran belleza y que ojalá continúe así por muchos años más.
    Lo que dices es bastante normal, cuando nos encontramos fuera de nuestro entorno, echamos mucho de menos nuestra tierra y nuestra forma de vida. No vienen recuerdos de niñez que parecen como siglos pasados y en nuestra mente está todo reflejado como muy reciente.
    Por lo que tu comentas te diré que, cuando me desplazaba a Ourense a una de las empresas del grupo que iba a pasar auditoria, recuerdo que, el año que más días estuve fueron 15 días, pero en esos 15 días no vi el sol y todos esos días llovía poco pero casi sin parar, recuerdo que estaba como deprimido, necesitaba ver el sol y ese cielo azul intenso, me acordaba cada dos por tres de mi tierra, creo que son circunstancias bastante normales que suelen ocurrir.
    Un abrazo y buen fin de semana.

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    1. Gracias Juan. Está claro que cada uno añora el paisaje donde ha crecido ya que anímicamente se va adaptando al mismo a lo largo de los años hasta hacerse imprescindible. A mi me encanta el sol del sur pero puestos a elegir creo que me quedaría con mis montañas.
      Un abrazo y buen fin de semana,

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  2. Una felicidad contemplar esos prados, yo también estaría feliz. Besos.

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    1. Gracias Teresa. Me alegro que te gusten estos prados y este paisaje del norte que ahora está imponente con todas esas flores.
      Un abrazo

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