En el concejo de Aller hay una
docena o más de diminutas aldeas o caseríos deshabitados o en los que viven,
apenas, una o dos personas, casi siempre ancianos. Es el caso de esta pequeña
población de la Paraya, en el camino hacia Rioaller, el último pueblo del
concejo en el límite con Castilla. Como todos los lugares habitados de este
país, cada uno tiene su historia o mejor su intrahistoria que va quedando en el
olvido. La Paraya no siempre fue un lugar vacío o semiolvidado. Durante siglos pasaron
por aquí reatas de mulas, personas y ganado de camino hacia el puerto de
Vegarada y Castilla. Probablemente también peregrinos que, tras cruzar el puerto
de montaña, buscaban refugio, extenuados, en las iglesias de Conforcos, Llamas o
Santibañez, un poco más abajo, antes de dirigirse hacia Oviedo. Cuando yo era
niño aún había un buen tráfico de personas y ganado de camino hacia Río Aller y
el puerto de Vegarada. Entonces aún no se había construido la carretera y el camino
serpenteaba entre las gigantescas paredes rocosas y el río de aguas
tempestuosas del deshielo. El eco de los cascos de los caballos resbalando en
el empedrado del camino resonaba en las paredes, amplificado sobre el estruendo
del agua. Mientras, mi padre me señalaba las cruces talladas en la roca de las
personas fallecidas, siglos atrás, en algún desprendimiento de las paredes.
A principios del siglo pasado se
construyó en la Paraya una de las primeras centrales hidroeléctricas del
concejo que proporcionaría luz a muchos pequeños pueblos. La construcción de la
central llevó años de duro trabajo para traer el agua del río Aller a través de
una gran canal de piedra a lo largo de kilómetros de espeso bosque. Fue una
época de gran actividad para los canteros que dejaron sus marcas en algunas
casas del pueblo. Poco después empezó el auge de la minería y la Paraya siguió
siendo un sitio de paso y parada obligatoria de transeúntes. No en vano llegó a
haber dos bares y una buena clientela. Cuando yo era estudiante un
bar-restaurante abierto sobre el molino y de nombre “La Moncloa”, tuvo tanto
éxito que no era infrecuente ver a algún político conocido comiendo truchas al
lado de la chimenea. Así lo recuerdo yo también. El fuego iluminando la
penumbra de los techos de madera y las paredes de piedra; un buen plato de
truchas recién fritas con jamón y un vaso de espeso vino tinto de León mientras
afuera caen los primeros copos de nieve.
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Marca de cantería en una pared de la Paraya. |
que pena que poco a poco todo el mundo rural vaya perdiendo habitantes, saberes, riqueza... para concentrase en grandes explotaciones... No seré yo quien diga que cualquier tiempo pasado fue mejor, no le deseo a nadie vivir en las duras condiciones de esos pueblos hasta hace no mucho... pero si veo cierto "desinterés" "ovido" de la gran mayoria de politicos, tras las elecciones hasta la siguiente campaña en la que volveran a hablar de lo importante del medio rural, del problema de la despoblación... en fin. Para bien o para mal hay lugares que agonizan o han muerto de forma casi irreversible... Ahora quedan como un bonito paseo de fin de semana para nosotros "urbanitas" los parajes tan bonitos como duros para vivir, en pocos años los caminos se iran cerrando y solo perviviran donde haya algun habitante o un reguero de excursionistas que mantengan abiertas las sendas... puf q melodramatio me pongo por las mañanas jejejej
ResponderEliminarSi, la despoblación rural es uno de los grandes males de este país por la pérdida cultural y paisajistica que supone pero ningún político parece tomárselo en serio ni presentar siquiera un amago de solución. En Asturias la maleza invade los caminos y los pueblos abandonados o con pocos habitantes de forma imparable y por mucho que alguno permanezca en pie para deleite de los urbanitas ya no es lo mismo. La intrahistoria se ha perdido para siempre. Enfin es el futuro sin remedio que espera a los que vengan detrás.
ResponderEliminarSaludos
Lindas fotos!
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