martes, 21 de abril de 2020

Viajes recientes. Hampi, una de las grandes ciudades olvidadas de la historia. Entrada 1.



 
El templo de Virupaksha desde la colina de Hemakupta al atardecer.
Muy pocos de nosotros que tenemos una cierta idea de la historia de las civilizaciones a lo largo del tiempo sabríamos decir que es o donde está Hampi, y sin embargo en el siglo XV era la segunda ciudad más grande y poblada del planeta después de Pekín. A ella acudían los embajadores de Venecia, Portugal o Persia para hacer negocios y presentar sus honores al rey del Imperio Vijayanagara y de paso a llenar sus caravanas de mercancías de camino al lejano oriente o a Europa. De ella escribió el viajero persa Abdur Razzak, a principios del siglo XVI: La ciudad era de tal modo grandiosa que sus ojos nunca había visto nada parecido y que no tenía conocimiento de existir en el mundo un lugar como este. Destruida poco después, en 1565, por una confederación de los sultanes del Decan, hoy la gran ciudad es un conjunto de ruinas esparcidas por decenas de kilómetros cuadrados donde, como casi siempre, perduran algunos de los más de 1.000 templos que llegó a tener, paredes de palacios y edificios públicos, restos de ingentes murallas, enormes aljibes y baños y, sobre todo, uno de los paisajes más llamativos y extraños de todo la India en torno a un poderoso río. Curiosamente no queda ninguna ciudad que heredara su nombre, sino al contrario, pequeños pueblos dispersos entre las ruinas, con una economía de subsistencia y olvidados de la mano de dios y de los hombres. El enorme conjunto arqueológico situado en el estado de Karnataka, en el interior de la India del Sur, no está dentro de los lugares turísticos más visitados y, a pesar de ser patrimonio de la Humanidad desde 1986, la mayor parte de los que se acercan hasta aquí, son nativos que viene de peregrinación al único de los grandes templos en los que se mantiene un culto ininterrumpido a Shiva desde hace probablemente más de un milenio.

Alrededor del gran templo hay varios recintos con capillas y un estanque sagrado 



Históricamente Hampi ya era una región bien conocida y habitada antes del Imperio Vijayanagara como así lo prueban algunos templos y conjuntos monásticos varios siglos anteriores a los comienzos de este imperio. Ya durante el reinado Chalukya, siglos VIII al X Hampi era un conocido lugar de peregrinación y un importante centro religioso, pero fue en 1335 cuando los dos hermanos, Harihara I y Bukka I la eligieron como capital de su naciente Imperio. En los siguientes doscientos años la ciudad pasaría a ocupar una posición dominante en el sur de la India y se convertiría en poco tiempo en un bastión del comercio internacional de la época. Dicen que su reyes o dirigentes eran los más justos de esos tiempos, tal como aparecen en numerosos comentarios de visitantes extranjeros. Construyeron decenas de infraestructuras públicas, promocionaron el arte y el saber atrayendo a decenas de intelectuales y científicos. Promocionaron el comercio y mantuvieron las rutas comerciales seguras en cientos de kilómetros cuadrados en torno a su imperio. En una de las cortes más refinadas de la época, decenas de embajadores y representantes de los reinos del mundo disfrutaban de las comodidades de una de las urbes más sofisticadas del planeta y comerciaban a manos llenas con las riquezas que llegarían a los lugares más alejados del planeta. Nada de esto los salvó de la destrucción. Una coalición de sultanatos musulmanes del norte de la India, ayudados por los estados del Este, derrotaron al rey Aliya Rama, lo decapitaron y durante seis meses se dedicaron a destruir la enorme ciudad hasta que apenas unos pocos edificios quedaron en pie. La ciudad jamás renació de sus cenizas y el olvido fue casi absoluto hasta la colonización inglesa cuando se empezaron algunas excavaciones y reconstrucciones.

Todos los día el elefante sagrado del templo se baña en el río con su cuidador.




Cerca de las ruinas apenas queda una pequeña aldea de calles sin asfaltar donde se apiñan un numeroso y variopinto conjunto de pensiones y hoteles muy básicos (el turismo internacional, cuando llega, viene desde lejos en autobuses climatizados), restaurantes y tiendas de chucherías. Al lado de las pensiones hay establos de cabras, vacas y perros callejeros. Yo me quedo en una de estas humildes pensiones y al amanecer subo a la terraza para escuchar los cánticos y rezos de los peregrinos en el gran templo Virupaksha, el único donde el culto sigue igual desde hace mil años. Desde allí veo a los peregrinos caminar hacia el río, después de las pujas y oraciones. Justo a las siete de la mañana también puedo contemplar al gran elefante sagrado dirigirse hacia su baño diario en el río Tungabhadra. Hampi tiene una magia difícil de describir. Es uno de esos lugares que uno tiene que vivir para darse cuenta de que el pasado está mucho más cerca de lo que uno imagina. El pasado está ahí a dos pasos, y todo lo que consideramos presente y modernidad no es más que un envoltorio transitorio, una nimiedad insignificante. Estas gigantescas piedras de granito rosado que rodean la aldea llevan viendo dos mil años de historia sin inmutarse, sin cambiar de lugar o forma.  Los mismos primates que asientan sus posaderas en ellas y contemplan el amanecer –igual que yo-  tiñendo de oro las grandes torres del templo, son los descendientes de otros que hicieron los mismo durante sus años de vida. Esta es una ciudad de amaneceres y ocasos en la que el tiempo parece no tener sustancia. Podría estar aquí durante meses visitando colinas y aldeas olvidadas, o simplemente contemplando al gran río transitar entre arrozales, y nunca me cansaría. Hampi es como un poderoso imán del que resulta muy difícil evadirse o abandonar y mucho menos olvidar.

Los monos contemplan el amanecer desde una roca sobre el gran templo.

Espero que estas fotos os trasmitan un poco de esa magia en estos tiempos tan difíciles. La mayoría están hechas al amanecer o al atardecer. Esta entrada se centra en torno al espacio más cercano a la aldea. Habrá otra entrada más adelante sobre el llamado conjunto real y alrededores. Espero que os guste.

 
Campos de arroz en la otra orilla del río.

El potente río Tungabhadra, a unos pasos del templo, es lugar de limpiezas ritual para los peregrinos. Rocas con inscripciones y simbología religiosa.

Lavando ropa al lado del río.


Mujeres caminando hacia el embarcadero para pasar al otro lado del río.


En las orillas  hay decenas de templos en ruinas entre las palmeras.



Estanque en el interior del templo.


Torre de entrada al gran templo.

Una de las vacas sagradas.


Mujeres depositando ofrendas.





Un sacerdote sale de una de las capillas mientras los monos se despiojan.


Interior de la capilla principal con columnas y capiteles decorados con bajorrelieves.

Dos especies de monos diferentes cohabitan dentro del templo y se hacen cargo de las ofrendas: flores y frutas.





Una de las gigantescas puertas laterales del templo.








En la colina detrás del templo hay decenas de capillas, restos de otros templos  y construcciones menores. También estanques para el agua.














Desde lo alto de la colina puede observarse parte de la murallas que llegaba hasta la lejana ciudad a 7-8 kilómetros.





Resto de uno de los bazares cerca del templo Achyutaraya. Esta era una gran ciudad comercial y quedan restos de bazares al lado de cada uno de los grandes complejos de templos.


Estanque sagrado en otro de los templos.


 

Esta escultura de Ganesha, el dios elefante está hecha de una sola pieza de granito de varias toneladas.


Gigantesca escultura de 6 metros de Nagarinsha en parte destrozada durante el saqueo de la ciudad.



El paisaje cerca del gran río trae vagos recuerdos del Nilo.

2 comentarios:

  1. Otro bello reportaje que nos adentra con esas bellas imágenes e historia a lo que en su día fue una gran ciudad pujante y prospera, hoy día, con muchos de sus grandes monumentos en ruinas. Es curioso ver como al cabo de los años siguen aún con su cultura y tradiciones, algunas de estas ciudades parecen paradas en el tiempo.
    Igualmente ver y contemplar cómo muchos de aquellos grandes imperios que fuimos y escribieron su historia y contribuyeron de una manera aplastante a concebir lo que hoy somos como sociedad y europeos, hemos pasado todos a un segundo plano en el ámbito mundial. Pero así es la vida y así funciona.
    Un abrazo Jose.

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  2. La historia nos enseña que nada es permanente y lo que damos por echo que es así puede que en poco tiempo no lo sea. El coronavirus nos está enseñando lo fácil que es poner el mundo patas arriba en apenas unos días.
    Un abrazo y cuídate.

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